lunes, 30 de septiembre de 2013

*Temores



Temía estar solo, hasta que aprendí a quererme a mí mismo.

Temía fracasar, hasta que me di cuenta que únicamente fracaso cuando no lo intento.

Temía lo que la gente opinara de mí, hasta que me di cuenta que de todos modos opinan.

Temía me rechazaran, hasta que entendí que debía tener  fe en mí mismo.

Temía al dolor, hasta que aprendí que éste es necesario para crecer.

Temía a la verdad, hasta que descubrí la fealdad de las mentiras.

Temía a la muerte, hasta que aprendí que no es el final, sino más bien el comienzo.

Temía al odio, hasta que me di cuenta que no es otra cosa más que ignorancia.

Temía al ridículo, hasta que aprendí a reírme de mí mismo.

Temía hacerme viejo, hasta que comprendí  que ganaba sabiduría día a día.

Temía al pasado, hasta que comprendí que es sólo mi proyección mental y ya no puede herirme más.

Temía a la oscuridad, hasta que vi la belleza de la luz de una estrella.

Temía al cambio, hasta que vi que aún la mariposa más hermosa necesitaba pasar por una metamorfosis antes de volar.

Hagamos que nuestras vidas cada día tengan mas vida y si nos sentimos desfallecer no olvidemos que al final siempre hay algo más.

Hay que vivir ligero porque el tiempo de morir está fijado.

 

Ernest Hemingway

 

Maestro, ¿por qué eres budista?


Maestro, ¿por qué eres budista? 
¿No es acaso una manera de elegir, 
de discriminar? 
Hijo, no te equivoques. 
Soy budista porque todos 
los seres humanos son budistas. 
Si revisas las enseñanzas 
de todas las religiones, 
sean cristianas o no, 
o de las tendencias científicas, 
desdela PNL hasta 
la meditación mindfulness, 
o los principios de los grupos, 
desde la masonería hasta 
los simplemente espirituales de barrio, 
todos, absolutamente todos, 
las han sacado o copiado 
de los sutras del Budha Sakyamuni. 
El Budha vivió hace 2.500 años, 
y los demás son posteriores; 
por lo tanto, no es cosa 
de elegir ser budista, 
es cosa de irse a la fuente 
y saltarse las interpretaciones 
y los intermediarios.

Enemigo


domingo, 29 de septiembre de 2013

Don't worry. Be Happy.


Pensar En Ti

Sin Lodo No Hay Loto


*La Vida Se Gasta

Nos acostumbramos a vivir en departamentos y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor.
Y porque no tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera.
Y porque no miramos para afuera, luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas.
Y porque no abrimos del todo las cortinas luego nos acostumbramos a encender mas temprano la luz.
Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud.
Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde.
A tomar café corriendo porque estamos atrasados.
A leer el diario en el ómnibus porque no podemos perder tiempo.
A comer un sandwich porque no da tiempo para almorzar.
A salir del trabajo porque ya es la noche.
A dormir en el ómnibus porque estamos cansados.
A cenar rápido y dormir pesados sin haber vivido el día.
Nos acostumbramos a esperar el día entero y oír en el teléfono: "hoy no puedo ir". "A ver cuando nos vemos" "La semana que viene nos juntamos".
A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta.
A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos.
Si el cine esta lleno nos sentamos en la primera fila y torcemos un poco el cuello.
Si el trabajo esta complicado, nos consolamos pensando en el fin de semana.
Y si el fin de semana no hay mucho que hacer, o andamos cortos de guita, nos vamos a dormir temprano y listo, porque siempre tenemos sueño atrasado.
Nos acostumbramos a ahorrar vida.
Que, de a poco, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados, nos perdimos de vivir.
ALGUIEN DIJO, "LA MUERTE ESTA TAN SEGURA DE SU
VICTORIA, QUE NOS DA TODA UNA VIDA DE VENTAJA"

Disfrutemos...
Anónimo

*Manual: ‘Conservar Caminos’

"OMNES SUMUS PEREGRINI SUPRA TERRA"
 (Somos peregrinos sobre la tierra, todos estamos de paso)
 Anónimo.


MANUAL DE ‘CONSERVAR CAMINOS’

1. AL PRINCIPIO DEL CAMINO HAY UNA ENCRUCIJADA.
Allí puedes pararte a pensar en la dirección que vas a tomar. Pero no te quedes demasiado tiempo, o nunca saldrás de ese lugar. Reflexiona lo necesario sobre las opciones que tienes delante, pero una vez que des el primer paso, olvídate definitivamente de la encrucijada, pues en caso contrario nunca dejarás de torturarte con la inútil pregunta: ¿El camino que elegí era el correcto...?

2. EL CAMINO NO DURA PARA SIEMPRE.
Es una bendición recorrerlo durante algún tiempo, pero un día terminará, y por eso debes estar siempre listo para despedirte en cualquier punto. No te aferres a nada. Ni a los momentos de euforia, ni a los interminables días en los que todo parece difícil, y el progreso es lento. Más tarde o más temprano tu jornada habrá llegado a su término. No lo olvides.

3. HONRA TU CAMINO.
Fue tu elección, fue decisión tuya, y en la misma medida en que tú respetas el suelo que pisas, este mismo suelo respetará tus pies. Haz siempre lo más adecuado para conservar y mantener tu camino, y él hará lo mismo por ti.

4. EQUÍPATE BIEN.
Lleva un rastrillo, una pala, una navaja... Entiende que para las hojas secas las navajas son inútiles, y que para la hierbas muy enraizadas los rastrillos son inútiles. Conoce siempre qué herramienta hay que emplear en cada momento. Y cuida de ellas, porque son tus mayores aliadas.

5. EL CAMINO VA HACIA DELANTE Y HACIA ATRÁS.
A veces es necesario volver porque se perdió algo, o porque un mensaje que debía haber sido entregado se quedó olvidado en un bolsillo. Un camino bien cuidado permite que puedas volver atrás sin grandes problemas.

6. CUIDA DEL CAMINO ANTES DE CUIDAR DE LO QUE ESTÁ A SU ALREDEDOR: ATENCIÓN Y CONCENTRACIÓN SON FUNDAMENTALES.
No dejes que las hojas secas del borde del camino te distraigan, ni que la manera cómo los otros cuidan sus propios caminos desvíe tu atención. Usa la energía para cuidar y conservar el suelo que recibe tus pasos.

7. TEN PACIENCIA.
A veces es necesario repetir las mismas tareas, como arrancar las malas hierbas o cubrir los agujeros que surgieron tras una lluvia inesperada. Que esto no te enfurezca, pues forma parte del viaje. A pesar del cansancio, y a pesar de las tareas repetitivas, ten paciencia.

8. LOS CAMINOS SE CRUZAN: LAS PERSONAS PUEDEN EXPLICAR EL TIEMPO QUE HACE.
Escucha los consejos, pero toma después tus propias decisiones. Tú eres el único responsable del camino que te fue confiado.

9. LA NATURALEZA SIGUE SUS PROPIAS REGLAS: POR LO TANTO, TIENES QUE ESTAR PREPARADO.
Preparado para los súbitos cambios del otoño, para el hielo resbaladizo del invierno, para las tentaciones de las flores en primavera, y para la sed y las lluvias del verano. En cada estación, aprovecha lo mejor que te ofrezca, y no te quejes de sus particularidades.

10. HAZ DE TU CAMINO UN ESPEJO DE TI MISMO.
No te dejes influir en absoluto por la manera como los demás cuidan de sus caminos. Tú tienes un alma que escuchar, y los pájaros transmitirán lo que tu alma quiere decir. Que tus historias sean bellas y agraden a todo lo que tienes en torno. Sobre todo, que las historias que cuente tu alma durante la jornada se reflejen en cada segundo del recorrido.

11. AMA TU CAMINO.
Sin este principio, nada tiene sentido.

viernes, 27 de septiembre de 2013

*El pequeño sabio

Cuatro mercaderes muy amigos en una racha de buena fortuna consiguieron vender el total de sus mercancías en una sola jornada  y para celebrarlo decidieron refrescarse en una casa de baños regentados por una anciana viuda.
Antes de entrar y para evitar malentendidos los cuatros hombres dejaron dicho a la anciana que a no ser que los cuatro estuvieran presentes no les entregase el dinero, así evitarían robos entre ellos y la anciana accedió.
Sucedió que mientras se bañaban se dieron cuenta que faltaba el jabón y uno de ellos decidió salir a pedírselo a la anciana.
- Vengo de parte de mis compañeros para que me dé el dinero- dijo el pícaro a la pobre anciana.
- Eso no puede ser, no puedo daros el dinero hasta que los cuatro estéis presentes y de mutuo acuerdo.
El mercader se acerco a la puerta de los baños y grito a sus compañeros:
- La vieja no quiere dármelo si vosotros no me dais permiso…así que gritadlo para que se oiga…
-Si vieja dáselo, dáselo y pronto- contestaron los tres mercaderes que creían que hablaban del jabón.
La anciana pues confundida le entregó el dinero al pícaro que escapo de allí como alma que se lleva el diablo.
Al salir del baño y entender lo sucedido los tres mercaderes estafados y enfadados decidieron culpar a la anciana y llevarla a juicio para meterla en prisión como única culpable del robo.
El día antes del juicio la anciana no cabía en sí de pena y se puso a llorar en la puerta de su casa…
-¿Por qué lloras noble anciana?-La interrumpió un niño de cinco años que la miraba triste.
-Déjame con mi pena…mañana iré a juicio y acabaré con mis viejos huesos en la cárcel…
-Anciana…si me cuentas tu problema y te doy una solución ¿Me darás una moneda para comprar avellanas?
-Si  me das una respuesta-  sonrío la anciana ante la dulzura del niño- la tendrás.
- De acuerdo- dijo el niño tras oír la historia- mañana te presentarás al juez con estas palabras:
Señor Juez, ellos me confiaron el dinero a condición de que no se los entregará a no ser que los cuatro estuviesen presentes, así que con sumo gusto si consiguen reunirse con su colega y venir a pedirme los cuatros de mutuo acuerdo el dinero yo se los devolveré.
Al día siguiente el juez dejo libre de cargos a la anciana ante la rabia de los tres mercaderes, y el niño dicen que llegó a ser unos de los grandes consejeros de la corte.



A veces...


Mill Grullas


Naomi Watanabe y Toshiro Ueda creían que el mundo era nuevo. Como todos los chicos.
Porque ellos eran nuevos en el mundo. Tambíen, como todos los chicos. Pero el mundo era ya muy viejo entonces, en el año 1945, y otra vez estaba en guerra. Naomi y Toshiro no entendían muy bien qué era lo que estaba pasando.
Desde que ambos recordaban, sus pequeñas vidas en la ciudad japonesa de Hiroshima se habían desarrollado del mismo modo: en un clima de sobresaltos, entre adultos callados y tristes, compartiendo con ellos los escasos granos de arroz que flotaban en la sopa diaria y el miedo que apretaba las reuniones familiares de cada anochecer en torno a la noticia de la radio, que hablaban de luchas y muerte por todas partes.
Sin embargo, creían que el mundo era nuevo y esperaban ansiosos cada día para descubrirlo.
¡Ah… y también se estaban descubriendo uno al otro!
Se contemplaban de reojo durante la caminata hacia la escuela, cuando suponían que sus miradas levantaban murallas y nadie más que ellos podían transitar ese imaginario senderito de ojos a ojos.
Apenas si habían intercambiado algunas frases. El afecto de los dos no buscaba las palabras. Estaban tan acostumbrados al silencio…
Pero Naomi sabía que quería a ese muchachito delgado, que más de una vez se quedaba sin almorzar por darle a ella la ración de batatas que había traído de su casa.
-No tengo hambre —le mentía Toshiro, cuando veía que la niña apenas si tenía dos o tres galletitas para pasar el mediodía—. Te dejo mi vianda —y se iba a corretear con sus compañeros hasta la hora de regreso a las aulas, para que Naomi no tuviera vergüenza de devorar la ración.
Naomi… Poblaba el corazón de Toshiro. Se le anudaba en los sueños con sus largas trenzas negras. Le hacía tener ganas de crecer de golpe para poder casarse con ella. Pero ese futuro quedaba tan lejos aún…
El futuro inmediato de aquella primavera de 1945 fue el verano, que llegó puntualmente el 21 de junio y anunció las vacaciones escolares.
Y con la misma intensidad con que otras veces habían esperado sus soleadas mañanas, ese año los ensombreció a los dos: ni Naomi ni Toshiro deseaban que empezara. Su comienzo significaba que tendrían que dejar de verse durante un mes y medio inacabable.
A pesar de que sus casas no quedaban demasiado lejos una de la otra, sus familias no se conocían. Ni siquiera tenían entonces la posibilidad de encontrarse en alguna visita. Había que esperar pacientemente la reanudación de las clases.
Acabó junio, y Toshiro arrancó contento la hoja del almanaque…
Se fue julio, y Naomi arrancó contenta la hoja del almanaque…
Y aunque no lo supieran: ¡Por fin llegó agosto! —pensaron los dos al mismo tiempo.
Fue justamente el primero de ese mes cuando Toshiro viajó, junto a sus padres, hacia la aldea de Miyashima. Iban a pasar una semana. Allí vivían los abuelos, dos ceramistas que veían apilarse vasijas en todos los rincones de su local.
Ya no vendían nada. No obstante, sus manos viejas seguían modelando la arcilla con la misma dedicación de otras épocas, -Para cuando termine la guerra… —decía el abuelo—. Todo acaba algún día… —comentaba la abuela por lo bajo. Y Toshiro sentía que la paz debía de ser algo muy hermoso, porque los ojos de su madre parecían aclararse fugazmente cada vez que se referían al fin de la guerra, tal como a él se le aclaraban los suyos cuando recordaba a Naomi.
¿Y Naomi?
El primero de agosto se despertó inquieta; acababa de soñar que caminaba sobre la nieve. Sola. Descalza. Ni casas ni árboles a su alrededor. Un desierto helado y ella atravesándolo.
Abandonó el tatami, se deslizó de puntillas entre sus dormidos hermanos y abrió la ventana de la habitación. ¡Qué alivio! Una cálida madrugada le rozó las mejillas. Ella le devolvió un suspiro.
El dos y el tres de agosto escribió, trabajosamente, sus primeros haikus:
Lento se apaga
El verano
Enciendo
Lámpara y sonrisas.

Pronto
Florecerán los crisantemos.
Espera,
Corazón.

Después, achicó en rollitos ambos papeles y los guardó dentro de una cajita de laca en la que escondía sus pequeños tesoros de la curiosidad de sus hermanos.
El cuatro y el cinco de agosto se lo pasó ayudando a su madre y a las tías ¡Era tanta la ropa para remendar!
Sin embargo, esa tarea no le disgustaba. Naomi siempre sabía hallar el modo de convertir en un juego entretenido lo que acaso resultaba aburridísimo para otras chicas. Cuando cosía, por ejemplo, imaginaba que cada doscientas veintidós puntadas podía sujetar un deseo para que se cumpliese.
La aguja iba y venía, laboriosa. Así, quedó en el pantalón de su hermano menor el ruego de que finalizara enseguida esa espantosa guerra, y en los puños de la camisa de su papá, el pedido de que Toshiro no la olvidara nunca…
Y los dos deseos se cumplieron.
Pero el mundo tenía sus propios planes…
Ocho de la mañana del seis de agosto en el cielo de Hiroshima.
Naomi se ajusta el obi de su kimono y recuerda a su amigo: -¿Qué estará haciendo ahora?
“Ahora”, Toshiro Pesca en la isla mientras se pregunta: -¿Qué estará haciendo Naomi?
En el mismo momento, un avión enemigo sobrevuela el cielo de Hiroshima.
En el avión, hombres blancos que pulsan botones y la bomba atómica surca por primera vez un cielo. El cielo de Hiroshima.
Un repentino resplandor ilumina extrañamente la ciudad.
En ella, una mamá amamanta a su hijo por última vez.
Dos viejos trenzan bambúes por última vez.
Una docena de chicos canturrea: “Donguri-Koro Koro- Donguri Ko…” por última vez.
Cientos de mujeres repiten sus gestos habituales por última vez.
Miles de hombres piensan en mañana por última vez.
Naomi sale para hacer unos recados.
Silenciosa explota la bomba. Hierven, de repente, las aguas del río.
Y medio millón de japoneses, medio millón de seres humanos, se desintegran esa mañana. Y con ellos desaparecen edificios, árboles, calles, animales, puentes y el pasado de Hiroshima.
Ya ninguno de los sobrevivientes podrán volver a reflejarse en el mismo espejo, ni abrir nuevamente la puerta de su casa, ni retomar ningún camino querido.
Nadie será ya quien era.
Hiroshima arrasada por un hongo atómico.
Hiroshima es el sol, ese seis de agosto de 1945. Un sol estallando.
Recién en diciembre logró Toshiro averiguar donde estaba Naomi. ¡Y que aún estaba viva, Dios!
Ella y su familia, internados en el hospital ubicado en una localidad próxima a Hiroshima, como tantos otros cientos de miles que también habían sobrevivido al horror, aunque el horror estuviera ahora instalado dentro de ellos, en su misma sangre.
Y hacia ese hospital marchó Toshiro una mañana.
El invierno se insinuaba ya en el aire y el muchacho no sabía si era frío exterior o su pensamiento lo que le hacía tiritar.
Naomi se hallaba en una cama situada junto a la ventana. De cara al techo. Ya no tenía sus trenzas. Apenas una tenue pelusita oscura.
Sobre su mesa de luz, unas cuantas grullas de papel desparramadas.
-Voy a morirme, Toshiro… —susurró. No bien su amigo se paró, en silencio, al lado de su cama—. Nunca llegaré a plegar las mil grullas que me hacen falta…
Mil grullas… o “Semba-Tsuru”, como se dice en japonés.
Con el corazón encogido, Toshiro contó las que se hallaban dispersas sobre la mesita. Sólo veinte. Después, las juntó cuidadosamente antes de guardarlas en un bolsillo de su chaqueta.
-Te vas a curar, Naomi —le dijo entonces, pero su amiga no le oía ya: se había quedado dormida.
El muchachito salió del hospital, bebiéndose las lágrimas.
Ni la madre, ni el padre, ni los tíos de Toshiro (en cuya casa se encontraban temporariamente alojados) entendieron aquella noche el porqué de la misteriosa desaparición de casi todos los papeles que, hasta ese día, había habido allí.
Hojas de diario, pedazos de papel para envolver, viejos cuadernos y hasta algunos libros parecían haberse esfumado mágicamente. Pero ya era tarde para preguntar. Todos los mayores se durmieron, sorprendidos.
En la habitación que compartía con sus primos, Toshiro velaba entre las sombras. Esperó hasta que tuvo la certeza de que nadie más que él continuaba despierto. Entonces, se incorporó con sigilo y abrió el armario donde se solían acomodar las mantas.
Mordiéndose la punta de la lengua, extrajo la pila de papeles que había recolectado en secreto y volvió a su lecho.
La tijera la llevaba oculta entre sus ropas.
Y así, en el silencio y la oscuridad de aquellas horas, Toshiro recortó primero novecientos ochenta cuadraditos y luego los plegó, uno por uno hasta completar las mil grullas que ansiaba Naomi, tras sumarles las que ella misma había hecho. Ya amanecía, el muchacho se encontraba pasando hilos a través de las siluetas de papel. Separó en grupos de diez las frágiles grullas del milagro y las aprestó para que imitaran el vuelo, suspendidas como estaban de un leve hilo de coser, una encima de la otra.
Con los dedos paspados y el corazón temblando, Toshiro colocó las cien tiras dentro de su furoshiki y partió rumbo al hospital antes de que su familia se despertara. Por esa única vez, tomó sin pedir permiso la bicicleta de sus primos.
No había tiempo que perder. Imposible recorrer a pie, como el día anterior, los kilómetros que lo separaban del hospital. La vida de Naomi dependía de esas grullas.
-Prohibidas las visitas a esta hora —le dijo una enfermera, impidiéndole el acceso a la enorme sala en uno de cuyos extremos estaba la cama de su querida amiga.
Toshiro insistió: -Sólo quiero colgar estas grullas sobre su lecho, Por favor…
Ningún gesto denunció la emoción de la enfermera cuando el chico le mostró las avecitas de papel. Con la misma aparentemente impasililidad con que momentos antes le había cerrado el paso, se hizo a un lado y le permitió que entrara: -Pero cinco minutos, ¿eh?
Naomi dormía.
Tratando de no hacer el mínimo ruidito, Toshiro puso una silla sobre la mesa de luz y luego se subió.
Tuvo que estirarse a más no poder para alcanzar el cielorraso. Pero lo alcanzó. Y en un rato estaban las mil grullas pendiendo del techo; los cien hilos entrelazados, firmemente sujetos con alfileres.
Fue al bajarse de su improvisada escalera cuando advirtió que Naomi lo estaba observando. Tenía la cabecita echada hacia un lado y una sonrisa en los ojos.
-Son hermosas, Toshi-kun… Gracias…
-Hay un millar. Son tuyas, Naomi. Tuyas —y el muchacho abandonó la sala sin darse vuelta.
En la luminosidad del mediodía que ahora ocupaba todo el recinto, mil grullas empezaron a balancearse impulsadas por el viento que la enfermera también dejó colar, al entreabrir por unos instantes la ventana.
Los ojos de Naomi seguían sonriendo.
La niña murió al día siguiente. Un ángel a la intemperie frente a la impiedad de los adultos. ¿Cómo podían mil frágiles avecitas de papel vencer el horror instalado en su sangre?
Febrero de 1976.
Toshiro Ueda cumplió cuarenta y dos años y vive en Inglaterra. Se casó, tiene tres hijos y es gerente de sucursal de un banco establecido en Londres.
Serio y poco comunicativo como es, ninguno de sus empleados se atreve a preguntarle por qué, entre el aluvión de papeles con importantes informes y mensajes telegráficos que habitualmente se juntan sobre su escritorio, siempre se encuentran algunas grullas de origami dispersas al azar.
Grullas seguramente hechas por él, pero en algún momento en que nadie consigue sorprenderlo.
Grullas desplegando alas en las que se descubren las cifras de las máquina de calcular.
Grullas surgidas de servilletas con impresos de los más sofisticados restaurantes…
Grullas y más grullas. Y los empleados comentan, divertidos, que el gerente debe de creer en aquella superstición japonesa.
-Algún día completará las mil… —cuchicheaban entre risas— ¿Se animará entonces a colgarlas sobre su escritorio?
Ninguno sospechaba, siquiera, la entrañable relación que esas grullas tienen con la perdida Hiroshima de su niñez. Con su perdido amor primero.

 – Elsa Bonnerman

El bambú japonés


Imaginemos por unos instantes que somos unos sencillos agricultores japoneses. Una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego. 

Quien cultiva la tierra no se detiene impaciente frente a la semilla sembrada, y grita con todas sus fuerzas: ¡Crece, maldita seas!  
Hay algo muy curioso que sucede con el bambú y que lo transforma en no apto para impacientes:
Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.
Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles. 
Sin embargo, durante el séptimo año, en un período de sólo seis semanas la planta de bambú crece ¡más de 30metros! ¿Tardó sólo seis semanas crecer? 
No, la verdad es que se tomó siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años. 
Sin embargo, en la vida cotidiana, muchas personas tratan de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que éste requiere tiempo. 
Quizás por la misma impaciencia, muchos de aquellos que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta. Es cierto muchas veces nos desesperamos y abadonamos sin querer creernos que lo bueno está por llegar.
Es tarea difícil convencer al impaciente que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado. 
De igual manera es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creemos que nada está sucediendo.
Y esto puede ser extremadamente frustrante. 
En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que en tanto no bajemos los brazos -, ni abandonemos por no “ver” el resultado que esperamos-, si está sucediendo algo dentro nuestro: estamos creciendo, madurando. 
Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando éste al fin se materialice.
El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.
Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.
Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.
Tiempo… Cómo nos cuestan las esperas, qué poco ejercitamos la paciencia en este mundo agitado en el que vivimos…

Aprendamos a ser pacientes como quien siembra bambú japonés.


El ignorante

El sabio medita,
el inteligente escucha, 
el mediocre mumrmura
y el ignorante grita.
 

Errores


jueves, 26 de septiembre de 2013

*Alfombrar toda la tierra...


A un discípulo que siempre estaba quejandose de los demás le dijo el Maestro:
'Si es paz lo que buscas, trata de cambiarte a ti mismo, no a los demás. 
Es más fácil calzarse unas zapatillas que alfombrar toda la tierra.'

miércoles, 18 de septiembre de 2013

*El aire que respiras es natural


El aire que respiras es natural, como el propio proceso de respirar.
Dirige la atención a tu respiración y date cuenta de que no eres tú quien respira.
La respiración es natural.
Si tuvieras que acordarte de respirar, pronto morirías, y si intentaras dejar de respirar, la naturaleza prevalecería.
Reconecta con la naturaleza del modo más íntimo e interno percibiendo tu propia respiración y aprendiendo a mantener tu atención en ella.
Esta es una práctica muy curativa y energetizante.
Produce un cambio de conciencia que te permite pasar del mundo conceptual del pensamiento al reino interno de la conciencia incondicionada.

Proverbio Árabe


El Zorro Sin Patas.


Un hombre que paseaba por el bosque vio un zorro que había perdido sus patas, por lo que el hombre se preguntaba: ¿cómo podría sobrevivir?
Entonces vio llegar a un tigre que llevaba una presa en su boca. El tigre ya se había hartado y dejó el resto de la carne para el zorro.
Al día siguiente Dios volvió a alimentar al zorro por medio del mismo tigre.
El comenzó a maravillarse de la inmensa bondad de Dios y se dijo a sí mismo: “Voy también yo a quedarme en un rincón, confiando plenamente en el Señor, y éste me dará cuanto necesito”.
Así lo hizo durante muchos días; pero no sucedía nada y el pobre hombre estaba casi a las puertas de la muerte cuando oyó una Voz que le decía: «¡Oh, tú, que te hallas en la senda del error, abre tus ojos a la Verdad! Sigue el ejemplo del tigre y deja ya de imitar al pobre zorro mutilado». 


lunes, 16 de septiembre de 2013

Nunca dejes de Brillar...


Cuenta la leyenda, que una vez, una serpiente empezó a perseguir a una luciérnaga. Ésta huía rápido con miedo, de la feroz depredadora, y la serpiente no pensaba desistir. Huyó un día, y ella no desistía, dos días y nada.....En el tercer día, ya sin fuerzas, la luciérnaga paró y dijo a la serpiente:

-Puedo hacerte tres preguntas?

La serpiente responde -No acostumbro dar este precedente a nadie pero como te voy a devorar, puedes preguntar.....

-¿Pertenezco a tu cadena alimenticia?- No dice la serpiente-

¿Yo te hice algún mal?- No contesta la serpiente

- Entonces, ¿Por qué quieres acabar conmigo?

Finalmente contesta la serpiente - Porque no soporto verte
brillar.....

"Piensen en esto,.....Comparto esta reflexión que me llamó mucho la atención porque muchos de nosotros a veces nos hemos visto envueltos en situaciones donde nos preguntamos: ¿Por qué me pasa esto si yo no he hecho nada malo? Sencillo, porque no soportan verte brillar. La envidia, es el peor sentimiento que podemos tener...Envidiar al otro, sus logros, envidiar ver a otro brillar...

Cuando esto nos pase, no dejemos de brillar, no dejemos de seguir siendo nosotros, de seguir haciendo lo mejor que sepamos hacer... De todas maneras, aunque nos hieran, no podrán tocarnos, porque nuestra luz seguirá intacta, nuestra esencia permanecerá, pase lo que pase...

No dejes de brillar nunca.


*Responsabilidad



Para el hombre corriente el mundo es extraño porque, cuando no se aburre de él, está enemistado con él. 
Para un guerrero, el mundo es extraño porque es estupendo, pavoroso, misterioso, insondable. 
Un guerrero debe asumir la responsabilidad de estar aquí, en este mundo maravilloso, en este tiempo maravilloso.

Carlos Castaneda

El sabio teme al cielo sereno*


El sabio teme al cielo sereno; 
porque, cuando viene la tempestad, 
él camina sobre las olas y desafía al viento.

domingo, 15 de septiembre de 2013

Vaya Y Empuje A La Vaca Al Precipicio.

Había una vez, en una tierra lejana, un sabio y su discípulo. Cierto día, en su caminata, vieron a lo lejos una cabaña. Al acercarse, notaron que, a pesar de la extrema pobreza del lugar, la casa estaba habitada. En aquella zona desolada, sin plantas ni árboles, vivía un hombre, una mujer, sus tres pequeños hijos y una vaca flaca y cansada. Con hambre y sed, el sabio y su discípulo pidieron abrigo por algunas horas. Fueron bien recibidos. 
En cierto momento, mientras comía, el sabio preguntó:
“Este es un lugar muy pobre, lejos de todo. ¿Cómo sobreviven?”
“¿Usted ve aquella vaca? De ella sacamos todo nuestro sustento”, dijo el jefe de la familia. Ella nos da leche, que tomamos y también transformamos en queso y cuajo. Cuando sobra, vamos a la ciudad y cambiamos la leche y el queso por otros alimentos. Es así que vivimos.
El sabio agradeció la hospitalidad y partió. Ni bien hizo la primera curva en el camino dijo al discípulo:
“Vuelva, agarre a la vaca, llévela al precipicio de allí adelante y tírela hacia abajo.”
El discípulo no lo creyó.
“¡No puedo hacer eso, maestro! ¿Cómo puede ser tan ingrato? La vaca es todo lo que ellos tienen. Si la tiro al precipicio, no tendrán como sobrevivir. ¡Sin la vaca, se mueren!”.
El sabio, como todos los sabios, apenas respiró hondo y repitió la orden:
“Vaya y empuje a la vaca en el precipicio.”
Indignado, pero, resignado, el discípulo volvió a la cabaña y, suavemente, condujo al animal hasta el borde del abismo y lo empujó. La vaca, como era previsto, se estrelló allí abajo.
Pasaron algunos años y durante ese tiempo el remordimiento nunca abandonó al discípulo. En un cierto día de primavera, carcomido por la culpa, abandonó al sabio y decidió volver a aquel lugar. Quería ver qué era lo que había sucedido con aquella familia, ayudarla, pedirle disculpas, reparar su error de alguna manera. Al doblar por el camino, no creyó lo que sus ojos vieron. En el lugar de la cabaña desierta había un lugar maravilloso. El corazón del discípulo se congeló. ¿Qué le había sucedido a esa familia? Seguro que, vencidos por el hambre, fueron obligados a vender el terreno e ir a otro lado. En ese momento, pensó el aprendiz, deben estar mendigando en alguna ciudad. Se acercó, entonces, al casero y le preguntó si sabía el paradero de la familia que había vivido allí hacía algunos años.
“Claro que sé. Usted la está mirando”, dijo el casero, apuntando a las personas alrededor de la parrilla.
Incrédulo, el discípulo pasó el portón, dio algunos pasos y, reconoció al mismo hombre de antes, sólo que más fuerte y altivo, la mujer más feliz, los chicos, que se habían convertido en saludables adolescentes. Espantado, se dirigió al hombre y le dijo:
“Pero ¿Qué sucedió? Yo estuve aquí con mi maestro hace un año y este era un lugar miserable, no había nada. ¿Qué hizo para mejorar tanto su vida en tan poco tiempo?”.
El hombre miró al discípulo, sonrió y respondió:
“Teníamos una vaquita, de la que sacábamos nuestro sustento. Era todo lo que teníamos. Pero, un día, se cayó en el precipicio y murió. Para sobrevivir, tuvimos que hacer otras cosas, desarrollar habilidades que ni sabíamos que teníamos. Y fue así, buscando nuevas soluciones, que hoy estamos mucho mejor que antes”.

Si quieres ver la verdad...

Si quieres ver la verdad no mantengas ninguna opinión 
a favor o en contra.
La lucha entre lo que a uno le gusta y lo que le disgusta 
es la enfermedad de la mente.
 

No volver a pisar...


*Termina La Lucha De Los Opuestos





La mente se maneja con la interacción de los opuestos. 
Si te sientes menos intentarás sentirte más.
Si te sientes más es porque existe un menos al que estás conjurando. 
Si te crees “bueno” es porque hay un “malo” al que estás rechazando. 
Es importante aprender tener conciencia de este juego mental. 
El problema es que generalmente nos identificamos con un polo de los opuestos y no vemos el otro. 
Si ves ambos la forma mental pierde su fuerza. 
Si tienes conciencia de ambos te darás cuenta que no son dos, sino que es una sola cosa, no hay tal separación.