sábado, 16 de mayo de 2015

Relato Del Esclavo



Hassan había nacido en el seno de una familia de camelleros, y desde su infancia todo su universo eran las caminatas por el desierto y los berridos de las reatas incómodas bajo el peso de las mercaderías.
Una mañana, cuando arreaba a sus animales, de pronto un destello hirió sus ojos.
Al aproximarse al lugar del que provenía descubrió un espejito de plata pulida semienterrado en la arena.
Era un objeto de hermosa factura y de una calidad inalcanzable para un camellero como él así que, sintiéndose bendecido por el regalo, lo envolvió con cuidado en la banda de un turbante y lo guardó en una alforja.
Esa tarde en el oasis, bajo el frescor de la vegetación que brotaba como un espejismo entre las dunas calcinadas, Hassan comenzó a abrillantar la plata con mimo.
Al poco le pareció que del espejo emanaba un murmullo de agua.
Su asombro no tuvo límites cuando reflejado en su superficie vio el mar, que no conocía y del que tanto le habían hablado.
Hassan se zambulló en su visión, y se sumergió cada vez más hondo sin que el esfuerzo ni la falta de oxígeno le dificultara el descenso.
Su cuerpo, ahora ligero y flexible, se dejó atraer hacia las entrañas de un mundo que parecía regirse por leyes muy distintas de las que imperaban en el desierto, un mundo de sonidos amortiguados y cadencias lentas.
Antes de tocar fondo vio sirenas, tritones, la silueta espectral de un trirreme roída de crustáceos, ostras engalanadas de perlas, corales, medusas fosforescentes, escualos…
Al día siguiente, una caravana de beduinos encontró el cadáver de Hassan en el oasis.
Sus ropas estaban cubiertas de sal y algas, y sus ojos se habían vuelto azules.
Cuando los ecos del cuento se extinguieron en la quietud de la cámara, el primer rayo de sol aún no asomaba por el horizonte.
Mi amada había calculado mal el tiempo y esa noche su historia había concluido demasiado pronto.
Sabedora de su destino, una lágrima desbordó el kohl que enmarcaba sus ojos de gacela, y al mirarlos me pareció que por un momento también se habían tornado azules, como anticipando la inminencia de la muerte.
Pero ya nunca más habría de temer por su vida, pues el relato del espejo fue el que al fin enamoró a mi amo perdidamente de Scherezade.
Sin embargo, mi pobre corazón de esclavo la adoraba en silencio desde hacía muchas noches, desde el mismo instante en que comenzó a narrar su primera historia con aquella voz dulce como los dátiles de Samarkanda.


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