domingo, 2 de marzo de 2014

Un Maestro De Vida

Recuerdo con cariño a aquel viejo maestro sufí que vivía tras una cortina en una pequeña mezquita perdida en algún lugar muy al sur de Damasco, donde el Profeta Muhammad pasó una noche tiempo atrás. 

Aquel hombre solamente tenía dos chilabas, una manta y un rosario. Se levantaba antes del amanecer, realizaba la oración prescrita y entonaba sus recitaciones para después salir a buscar ramitas de olivo por las inmediaciones, con las que fabricaba casitas para pajarillos utilizando algunas cuerdas y mucho amor. Después bajaba al mercado y, si conseguía vender alguna, tendría para comer él y todos los que acudieran a la oración del mediodía. Si no vendía ninguna, ayunaría otro día más. 
No aceptaba limosna, aunque algunas personas solían traerle dátiles, leche y otros menesteres. 

¡Ésa era su vida! Cuando rezaba a su lado, una fuerza arrolladora me hacía llorar como un niño pequeño, impregnándome de un sentimiento que las palabras no pueden expresar. Cuando me alejaba, un olor a rosas me acompañaba durante cierto tiempo.
¡Ése era un verdadero derviche! 
Un maestro de vida.


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